Las Estrellas que Susurran: Un Viaje por el Cielo de los Recuerdos

La Pequeña Luz

Había una vez, en un pueblecito rodeado de montañas y jardines llenos de flores, una niña llamada Mia. Su risa solía ser tan brillante como el sol de la mañana, pero desde que su abuelita se había ido al cielo, algo en su corazón se había apagado.

Mia no entendía bien qué era esa sensación. A veces, cuando veía el sillón vacío donde su abuelita tejía bufandas de colores, sentía un nudo en la garganta. Otras veces, al escuchar una canción que su abuelita cantaba, sus ojos se llenaban de lágrimas sin razón aparente.

—Mamá, ¿por qué duele tanto recordar? —preguntó una tarde, acurrucada en el regazo de su madre.

—Porque el amor que sentimos por alguien nunca desaparece, cariño —respondió su madre, acariciándole el pelo—. A veces, cuando extrañamos mucho, el corazón se pone pesado, como si llevara una mochila llena de piedras.

Mia asintió, aunque no terminaba de entender.

Esa noche, mientras miraba por la ventana de su habitación, algo extraordinario sucedió. Entre las miles de estrellas que titilaban en el cielo, una de ellas comenzó a moverse, dibujando un camino dorado.

—¡Es como si me estuviera llamando! —susurró Mia, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

El Viaje a las Estrellas

Con un suspiro de valentía, Mia cerró los ojos y extendió sus brazos hacia el cielo. De repente, sintió cómo sus pies se elevaban del suelo, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba flotando entre las estrellas.

El cielo no era como lo imaginaba. Las estrellas no eran simples puntos de luz, sino seres cálidos y vibrantes, cada una con su propia personalidad. Algunas reían, otras cantaban, y unas pocas parecían estar dormidas.

—¡Bienvenida, pequeña viajera! —dijo una voz suave.

Mia giró y vio una estrella más grande que las demás, con un brillo dorado y cálido como el abrazo de su abuelita.

—Soy Lúa, la estrella que cuida los recuerdos —se presentó—. ¿Vienes a visitarnos?

—Sí —respondió Mia, sintiendo que podía confiar en ella—. Extraño mucho a mi abuelita.

Lúa asintió con comprensión.

—Entonces, ven conmigo. Hay un lugar especial donde las emociones y los recuerdos viven juntos.

Las Estrellas que Susurran: Un Viaje por el Cielo de los Recuerdos

El Bosque de las Emociones

Lúa la guió hasta un bosque mágico donde, en lugar de árboles, había estrellas de diferentes colores. Cada una representaba una emoción:

  • El Monstruo del Miedo, esponjoso y tímido, que se escondía entre las sombras.

  • La Llama de la Rabia, roja y chispeante, que a veces ardía sin control.

  • El Hada del Silencio, que llevaba un manto azul y prefería escuchar antes de hablar.

—¿Por qué están aquí? —preguntó Mia.

—Porque todas las emociones son importantes —explicó Lúa—. A veces, cuando perdemos a alguien, el miedo, la rabia o el silencio vienen a visitarnos. No hay que asustarse; solo necesitan ser escuchadas.

Mia se acercó al Monstruo del Miedo.

—¿Por qué te escondes? —le preguntó.

—Porque tengo miedo de que el dolor nunca se vaya —respondió el monstruo con voz temblorosa.

—Yo también —confesó Mia—. Pero Lúa dice que no hay que tenerles miedo.

El Monstruo del Miedo sonrió y, poco a poco, su pelaje oscuro se volvió más claro.

El Jardín de los Recuerdos

Lúa llevó a Mia a un lugar aún más especial: un jardín donde cada flor era un recuerdo. Algunas eran brillantes y alegres; otras, más delicadas y tristes.

—Mira —dijo Lúa, señalando una flor dorada—. Este es el día en que tu abuelita te enseñó a hacer galletas.

Mia la tocó y, de pronto, pudo oler el aroma a canela y escuchar la risa de su abuelita.

—Y esta —continuó Lúa, mostrando una flor azul—, es cuando lloraste porque ya no estaba.

Mia sintió que el nudo en su garganta volvía, pero Lúa le tomó la mano.

—Las dos flores son parte de ti. La tristeza no borra el amor; solo lo hace más profundo.

La Luz que Nunca se Apaga

Antes de despedirse, Lúa le dio a Mia un pequeño farolillo de luz dorada.

—Esto es el amor de tu abuelita. Puedes llevarlo siempre contigo. Cuando sientas el nudo en la garganta, enciéndelo y verás cómo los recuerdos te abrazan.

Mia cerró los ojos y, cuando los abrió, estaba de vuelta en su habitación. Pero algo había cambiado: ya no sentía miedo de recordar.

Al día siguiente, fue al jardín y plantó una semilla en honor a su abuelita. Cada vez que la regaba, hablaba en voz alta de los momentos que habían compartido. A veces reía; a veces lloraba. Pero ahora sabía que ambas cosas estaban bien.

La Estrella que Vive en el Corazón

Con el tiempo, Mia aprendió que la tristeza no era un enemigo, sino una compañera que le recordaba lo mucho que había amado. Y aunque su abuelita ya no estaba a su lado, su luz seguía viva en cada flor, cada estrella y cada cuento que Mia contaba a otros niños que también extrañaban a alguien.

Moraleja:

«Querido niño, los recuerdos son como estrellas: aunque no podamos tocarlas, su luz nos acompaña siempre. No tengas miedo de hablar de quien ya no está, porque al hacerlo, su amor sigue vivo en ti. ¿Y tú, qué estrella guardas en tu corazón?»

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Este relato ayuda a los niños a:

  1. Validar sus emociones (tristeza, rabia, miedo).

  2. Normalizar el proceso de duelo.

  3. Encontrar consuelo en los recuerdos.

  4. Expresarse sin temor.

¿Qué actividad podrías hacer para recordar a alguien especial? ¡Dibuja tu estrella o escribe una carta al cielo! 🌟

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