En un pequeño pueblo, rodeado de montañas y cubierto por un cielo estrellado, vivía un niño llamado Santi. Tenía unos ojos brillantes y curiosos, y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Sin embargo, había algo en su corazón que le pesaba: sus papás habían decidido separarse y, aunque él no lo entendía del todo, su pequeño mundo parecía haberse oscurecido un poco.
Una noche, mientras Santi contemplaba las estrellas desde su ventana, notó que una de ellas brillaba más que las demás. Era una estrella dorada y chispeante, que parecía susurrarle su nombre: “Santi”.
—Ven, pequeño viajero —decía la estrella con una voz suave—. Te llevaré a un lugar donde las emociones son luces. Allí, aprenderás a brillar de nuevo.
Sin pensarlo dos veces, Santi cerró los ojos y, cuando los abrió de nuevo, se encontró en un bosque mágico, lleno de árboles que parecían bailar con el viento. A su alrededor, había pequeños seres luminosos que representaban cada una de las emociones que sentía.
Primero se encontró con el Monstruo del Miedo, que era pequeño y peludo, con ojos grandes y tristes.
—Hola, Santi —dijo el Monstruo—. Sé que te sientes asustado por lo que está pasando. ¿Y si jugamos a hacer sombras juntos? Así aprenderás a ver que no estás solo.
Santi sonrió y, mientras jugaba, comenzó a entender que el miedo era solamente una parte de él, no algo que podía controlarlo. Con cada risa, el Monstruo se fue encogiendo hasta que casi desapareció en la luz.
Luego conoció a la Llama de la Rabia, que chisporroteaba pero, en el fondo, era un fuego cálido.
—Santi, a veces la rabia es como el calor en tu interior —le explicó la Llama—. Puede complacerte, pero también puedes usarla para mover tu mundo. ¿Quieres que juguemos a crear nuevas formas con esta llama?
Santi asintió y, juntos, dibujaron formas divertidas en el aire. A medida que su rabia se transformaba en creatividad, Santi se sintió ligero y libre.
Por último, se encontró con el Hada del Silencio, que era pequeña y delicada, con alas brillantes.
—Santi, el silencio a veces es un refugio donde puedes escuchar tu voz interior —susurró el Hada—. Vamos a jugar a escuchar los sonidos de la naturaleza.
Santi se sentó en el suave suelo del bosque y, mientras el Hada guiaba sus pensamientos, comenzó a entender que su corazón también necesitaba momentos de paz. Sintió cómo el silencio le llenaba el alma de luz.
Después de horas de juegos y risas, un suave rayo de luz emergió del cielo y envolvió a Santi. Notó que empezaba a brillar, y que en su pecho había una chispa que había estado dormida.
—¡Mira, Santi! —gritó la estrella dorada, que había estado observando—. Has tomado lo mejor de cada emoción. Ahora puedes llevar ese brillo contigo, incluso en los momentos difíciles.
Con un fuerte abrazo a sus nuevos amigos, Santi cerró los ojos nuevamente. Cuando los abrió, estaba de vuelta en su habitación, bajo el cielo estrellado. Su corazón palpitaba con fuerza, pero ya no estaba triste. Sabía que tenía sus emociones, era como tener un arcoíris en su interior y que cada estrella brillaba con su propia luz.
A la mañana siguiente, al despertar, se sintió listo para enfrentar el día, para hablar con sus papás y compartirles lo que había aprendido sobre el miedo, la rabia y el silencio.
Santi comprendió que, aunque los cambios llegan y a veces duelen, siempre había una luz de estrellas en su corazón que lo guiaba.
Y así, cada vez que miraba al cielo, recordaba sus aventuras en el bosque, sonriendo al saber que siempre llevaría consigo esas luces y abrazos mágicos.
Reflexión final:
Antes de dormir, Santi miraba las estrellas y se preguntaba: "¿Qué luz llevaré hoy en mi corazón?" Y es que cada estrella representaba un paso hacia el entendimiento y el amor, incluso cuando las cosas parecían oscuras.
#cuento terapéutico sobre la separación de los padres