Había una vez, en un rincón mágico del mundo, una niña llamada Sofía. Sofía tenía un sueño especial: quería volar. La mayoría de las noches se asomaba por la ventana de su habitación y miraba hacia el cielo, deseando que las nubes la abrazaran y la llevaran lejos.
Sin embargo, Sofía se sentía atrapada en su pequeño mundo. Tenía miedos que parecían sombras enormes, y muchas veces se sentía insegura y sola. Su mamá le decía que siempre debía ser valiente, pero, aunque quería, a veces su corazón le decía que no.
Una mañana, mientras exploraba el jardín de su abuela, encontró un pequeño libro encuadernado con hojas doradas. Lo abrió y, de repente, se encontró en un bosque encantado, lleno de colores brillantes y sonidos melodiosos. Allí, conoció a un ser mágico llamado Tellur, un pájaro de brillantes plumas que simbolizaba la libertad.
—Hola, Sofía —dijo Tellur con una voz suave—. He visto tu deseo de volar. Pero primero debes aprender a entender las sombras que llevas dentro.
Intrigada, Sofía lo siguió. A medida que avanzaban, se encontraron con un camino deslumbrante que tenía tres puertas. La primera puerta era de color azul y se llamaba "El Miedo". La segunda, de un rojo ardiente, se llamaba "La Rabia". Y la tercera, un brillante amarillo, se llamaba "La Confusión".
—¿Quieres entrar en cada puerta? —preguntó Tellur—. Ahí encontrarás amigos que te ayudarán.
Sofía sintió un cosquilleo en su estómago, pero decidió ser valiente. Juntos, entraron en la puerta azul. Allí se encontró con el Monstruo del Miedo, un gran ser peludo que parecía aterrador, pero que escondía un corazón triste.
—Hoy no quiero asustarte —dijo el Monstruo con voz temblorosa—. Solo quiero que sepas que mi sombra no es más que un reflejo de mis propios miedos. Si me hablas, quizás encuentre la forma de salir de este lugar oscuro.
Sofía respiró hondo y dijo: —A veces, siento que no puedo hacer cosas porque tengo miedo. ¿Cómo puedo aprender a ser más valiente?
El Monstruo sonrió, y con cada palabra compartida, Sofía sintió que su miedo se desvanecía un poco. Antes de salir, el Monstruo le regaló un pequeño trozo de su pelaje. —Llévalo contigo. Siempre que lo necesites, recuerda que enfrentar el miedo te hace más fuerte.
Luego, entraron en la puerta roja, donde encontraron a la Llama de la Rabia. Era naranja y chispeante, pero era amable.
—¿Qué deseas, Sofía? —preguntó la Llama.
—A veces, me siento tan frustrada y enojada que no sé qué hacer. —dijo Sofía.
—Cuando sientas rabia, transforma esa energía en algo que te empodere. Puedes bailar, correr o hablar con alguien sobre tus sentimientos. Así, la rabia se convertirá en fuego creativo —respondió la Llama.
Con esas palabras, Sofía se dio cuenta de que podía usar su rabia para hacer cosas buenas. La Llama le entregó una chispa de su luz. —Recuerda que la rabia bien canalizada puede tener gran fuerza.
La última puerta, la amarilla, la llevó a La Confusión, un pequeño duende que al parecer no sabía cómo organizar sus pensamientos.
—A veces, tengo tantos pensamientos en mi cabeza que me siento perdida. —confesó Sofía.
—Es normal sentirse así. Intenta dibujar o escribir sobre ellos. Así los aclararás. Escribe cómo te sientes, dibuja lo que imaginas, y las nubes de confusión se despejarán poco a poco —sugirió el duende.
Al volver al bosque, Sofía se sintió diferente. Con cada lección aprendida, sus alas comenzaban a crecer y brillar.
—¿Ves, Sofía? Te has enfrentado a tus sombras —dijo Tellur—. Ahora, ya puedes volar.
Con alegría, Sofía se dispuso a desplegar sus alas. Al hacerlo, se sintió libre. El Miedo, La Rabia y La Confusión se habían convertido en sus amigos, herramientas que la ayudarían a volar alto en su vida.
Cuando finalmente volvió a su hogar, miró al cielo estrellado. Ya no sentía miedo, porque sabía que podía hablar de sus sentimientos, transformar su rabia, y organizar sus pensamientos. Con sus nuevas alas brillantes, estaba lista para ser independiente, para soñar y para vivir.
Y desde ese día, Sofía supo que la verdadera libertad también venía del entendimiento de sí misma.
Antes de dormir, Sofía pensó: "¿Qué me gustaría aprender a volar hoy?"
Así terminó su viaje hacia el Jardín de la Libertad, y así comenzaba otro lleno de aventuras y sueños por cumplir.
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