En un rincón mágico del mundo, donde los árboles susurraban secretos y las estrellas danzaban en el cielo, vivía una pequeña niña llamada Lila. Ella era curiosa y llena de energía, le encantaba correr tras las mariposas y jugar con sus amigos en el bosque encantado que rodeaba su casa. Sin embargo, Lila tenía un pequeño problema: ¡no podía esperar!
Un día, mientras caminaba por una senda cubierta de hojas doradas, se encontró con un anciano árbol de grandes ramas y un tronco de apariencia sabia. El árbol, con su voz profunda y suave, le dijo:
—Hola, pequeña Lila. He estado observándote mientras juegas. He notado que a veces te cuesta esperar a que las cosas sucedan. ¿Te gustaría aprender algo especial?
Lila, emocionada, asintió con la cabeza. Entonces, el árbol le mostró una pequeña semilla brillosa, que parecía tener en su interior todos los colores del arcoíris.
—Esta es la Semilla de Paciencia —explicó el árbol—. Si la plantas en tu jardín y cuidas de ella, crecerá y florecerá, pero tendrás que aprender a esperar. En esa espera, vivirás aventuras maravillosas. ¿Quieres intentarlo?
Con entusiasmo, Lila tomó la semilla y corrió a casa. La plantó en su jardín, imaginando que en un abrir y cerrar de ojos, una hermosa flor saldría de la tierra. Pero, a pesar de sus deseos, los días pasaron y no sucedía nada.
Cada mañana, Lila se acercaba a la semilla y le hablaba con ternura, pero la planta no crecía. Pronto, fue invadida por el sentimiento de frustración. “¿Por qué no creces, semilla?”, se quejó, mientras el Monstruo del Impaciencia se instalaba en su corazón, haciéndola sentir inquieta.
Una tarde, cuando estaba a punto de rendirse, apareció un pequeño Hada de Luz. Con alas brillantes como el sol, le sonrió y le preguntó:
—¿Qué te preocupa, querida Lila?
Lila suspiró y le explicó su deseo de ver florecer la semilla. El Hada de Luz oyó atentamente y le dijo:
—A veces, lo que más deseamos necesita tiempo. La magia no siempre aparece de inmediato. ¿Por qué no hacemos un trato? Cada día, mientras esperas que la flor crezca, jugaremos juntas a crear un sueño.
Intrigada, Lila aceptó. Así, cada mañana, Lila y el Hada se reunían y se sumergían en un mundo de sueños. Jugaron a ser navegantes en un barco de nubes, exploraron bosques llenos de risas y compartieron secretos de estrellas.
Con cada juego, Lila comenzó a comprender que la verdadera belleza de la espera estaba en los momentos que vivía con el Hada. Aprendió a disfrutar de la aventura del día a día, y poco a poco, el Monstruo del Impaciencia empezó a desvanecerse, dejando lugar a la calma.
Finalmente, después de muchas risas y sueños compartidos, un día notó algo diferente en su jardín. La semilla estaba brotando, y una hermosa flor de colores vibrantes comenzó a abrirse. Lila se llenó de alegría al ver cómo la paciencia había dado sus frutos.
El árbol, que había estado observando también, le habló con voz cálida:
—Has aprendido a esperar y a disfrutar del viaje. La paciencia te ha mostrado que la magia está en cada momento vivido. ¿Ves cómo has transformado tu jardín?
A partir de ese día, Lila nunca olvidó la Semilla de Paciencia. Cada vez que sentía el Monstruo de la Impaciencia acechando, recordaba las aventuras del Hada de Luz y la belleza de lo que podía surgir cuando se daba tiempo para que las cosas crecieran.
Y mientras las florcitas en su jardín se llenaban de vida, Lila sonreía, sabiendo que cada espera trae consigo maravillosas sorpresas.
¿Y tú, qué aventuras has vivido mientras esperabas algo especial?
#cuento terapéutico sobre la espera