Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas suaves y flores coloridas, un niño llamado Leo. Leo era un niño cariñoso y alegre, pero había algo que lo hacía sentir un pequeño nudo en su corazón: ¡el dentista! Cada vez que su mamá le decía que era hora de ir, su estómago se llenaba de mariposas inquietas y su sonrisa se transformaba en un suspiro.
Un día, mientras exploraba su jardín, Leo encontró una puerta brillante escondida detrás de un arbusto. Intrigado, la abrió y se vio envuelto en un torbellino de luz. Al aterrizar, se dio cuenta de que había llegado al magnífico País de las Sonrisas Brillantes.
El aire estaba lleno de risas y cada flor parecía reír a su manera. Un simpático conejo llamado Risi se acercó y le dijo: “¡Bienvenido, Leo! Aquí todos sonríen, pero hay un pequeño problema. ¡Uno de nuestros habitantes, el Monstruo del Miedo, ha oscurecido las sonrisas de muchos!”
Leo miró a su alrededor y se dio cuenta de que algunas sonrisas estaban apagadas. Sus corazones eran como globos desinflados. “¿Por qué están tristes?” preguntó Leo. Risi le explicó que el Monstruo del Miedo había estado asustando a todos, haciendo que temieran cosas que no eran tan aterradoras como parecían, como el dentista.
Con un suspiro de valor, Leo dijo: “Yo tengo miedo de ir al dentista. Quizás pueda ayudar a liberar las sonrisas”.
Risi sonrió ampliamente. “¡Eres muy valiente! Ven, sigamos al claro donde vive el Monstruo”.
Al llegar, se encontraron con una criatura un poco grande, cubierta de sombras, que parecía asustar a todos alrededor. “¿Por qué has venido?” preguntó el Monstruo del Miedo con voz retumbante. “Nadie se atreve a acercarse”.
Leo, en lugar de temerle, reunió todas sus fuerzas y dijo: “He venido porque sé que el dentista no es un monstruo. Solo es un lugar para cuidar las sonrisas, como el país donde estamos, ¡y a veces también da un poco de miedo! Pero eso no significa que debamos tener miedo de él”.
El Monstruo se quedó paralizado, como si una chispa de luz hubiera atravesado su sombra. “Nadie me ha hablado de esa manera. Siempre he sido el que les asusta, pero no quiero hacer eso”.
“¿Y si jugamos a entendernos mejor?” sugirió Leo, con una sonrisa. “Podemos crear un juego sobre las cosas que nos asustan. Al final, podemos descubrir que casi todo tiene una parte brillante”.
Así, juntos comenzaron a jugar. Leo inventó historias de superhéroes que luchaban contra el temido dentista, quien en realidad solo quería ayudar a que todas las sonrisas fueran aún más brillantes. Al ver cómo se transformaban sus temores en risas, el Monstruo del Miedo empezó a desvanecerse, y de él brotaron pequeñas estrellas que iluminaban el lugar.
El aire se llenó de risas y, poco a poco, las flores comenzaron a brillar con más fuerza. “¡Gracias, Leo! Ahora entiendo que no debería ser un monstruo. ¡Debería ser un amigo protector de los que temen!”, dijo el Monstruo, ahora más pequeño y suave.
Leo sonrió y, junto a Risi, comenzó a regresar a casa. Mientras cruzaba la brillante puerta del País de las Sonrisas, se sentía diferente: ligereza en su pecho y una gran sonrisa en su rostro.
Al llegar a su habitación, Leo miró al espejo. “Quizás ir al dentista no sea tan aterrador como pensaba. Puedo ser valiente y cuidarme”. Su corazón palpitaba con emoción.
Y así, desde aquel día, Leo, el niño que temía al dentista, se convirtió en el valiente que fue al País de las Sonrisas Brillantes, recordando que enfrentar los miedos puede iluminar no solo nuestro camino, sino también el de otros.
Pregunta reflexiva:
¿Qué miedo puedes convertir en una aventura brillante, como hizo Leo?
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