El viaje de Luna hacia el jardín de los sueños perdidos
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, una niña llamada Luna. Era una criatura curiosa, con ojos que brillaban como estrellas y un corazón lleno de aventura. Sin embargo, había algo que a veces oscurecía su luz: el miedo a lo desconocido.
Luna tenía una caja especial donde guardaba todos sus sueños: ser astronauta, pintora, escritora… Pero en el fondo de la caja, se escondían sus sueños perdidos, aquellos que nunca se atrevió a perseguir porque temía lo que pudiera pasar.
Un día, mientras caminaba por el bosque cercano, se encontró con un árbol muy especial. Sus ramas eran doradas y sus hojas susurraban secretos. Del árbol brotó un destello de luz que se transformó en un pequeño hada.
—¡Hola, Luna! Soy el Hada de los Sueños Perdidos —dijo con voz melodiosa—. He venido a invitarte a un viaje hacia el jardín donde habitan estos sueños olvidados.
Luna sintió un cosquilleo en su estómago. La idea de conocer esos sueños la emocionaba, pero también le dio un poco de miedo.
—¿Y si no puedo encontrarlos? —preguntó temerosa.
El Hada sonrió comprensivamente.
—A veces, lo desconocido puede asustarnos, pero también puede ser mágico. Te acompañaré. Solo necesitas abrir tu corazón.
Con un profundo suspiro, Luna decidió seguir al hada. Juntas volaron bajo el cielo estrellado hasta llegar al jardín de los sueños perdidos. Era un lugar maravilloso, lleno de flores brillantes y árboles con ramas que parecían brazos danzantes. En el centro, un estanque reflejaba constelaciones.
Al acercarse al estanque, Luna vio el reflejo de su miedo. Un monstruo oscuro, con ojos grandes y profundos, que representaba todo lo que la había detenido. Era el Monstruo del Miedo.
—Hola, Luna —dijo el monstruo, con una voz profunda—. He estado contigo desde siempre. Te he hecho dudar y sentir inseguridad.
Luna sintió un nudo en su garganta, pero el Hada la animó a hablar.
—¿Por qué me asustas? —preguntó Luna, un poco temerosa.
—Porque no quiero que salgas herida. Te protejo… a mi manera —respondió el monstruo, que se achicó un poco.
En ese momento, Luna comprendió que el miedo había sido su compañero, pero no su enemigo. Era una parte de ella que no había aprendido a conocer.
—¿Y si jugamos? —dijo Luna de repente, sonriendo—. ¿Te gustaría mostrarme los caminos que temía recorrer?
El Monstruo del Miedo se sorprendió, pero su mirada se suavizó.
—Sí, me gustaría. A veces me siento solo porque los demás me temen.
Así, Luna, el Hada y el Monstruo del Miedo comenzaron a jugar juntos. Pasearon por el jardín, explorando flores que representaban sueños diferentes. El Monstruo, lleno de nuevas ideas, se volvió un aliado en lugar de un obstáculo.
Finalmente, cuando llegó la hora de regresar, Luna se despidió de sus amigos con el corazón ligero. Había aprendido que el miedo no tenía que ser aterrador. Podía ser un compañero valioso en su viaje a los sueños.
De vuelta en su hogar, decidió abrir su caja de sueños y sacar todos aquellos que había guardado con miedo. Sonrió y se dijo: "Hoy voy a pintar mi primer cuadro. Y espero que cada día, al despertar, me atreva a volver a perseguir mis sueños".
Y aunque el miedo seguía allí, ya no le parecía tan aterrador. Más bien era un recordatorio de que cada paso hacia lo desconocido era también un paso hacia la magia que hay en soñar.
Reflexión
Luna aprendió que el miedo es un sentimiento normal, y que todos, incluso los más valientes, lo sienten en algún momento. Y tú, querido lector, ¿qué sueños guardarías en tu caja? ¿Cómo podrías conocer y jugar con tus miedos para que no te detengan?
#cuento terapéutico sobre el miedo a lo desconocido




