En un rincón del universo donde las estrellas danzaban al compás de la música de los sueños, existía un pequeño planeta llamado Emotilandia. En este mágico lugar, cada emoción tenía su propio reino: el Reino de la Alegría brillaba con colores radiantes, mientras que el Reino del Miedo se escondía en las sombras.
En Emotilandia vivía un pequeño ser llamado Lino. Lino era un corazón sensible, capaz de sentir las emociones a flor de piel. Sus sentimientos eran como suaves melodías que él escuchaba con ogigante atención. Pero había algo que lo inquietaba: a veces, las melodías eran tan intensas que lo hacían sentir un nudo en el estómago.
Un día, mientras caminaba por el Bosque del Silencio, Lino escuchó un susurro. Era el Viento, una Brisa Amiga que siempre había estado a su lado.
—Lino —comenzó a cantar el Viento—, sé que sientes muchas cosas. A veces son tan grandes que parecen nubes oscuras. Pero también traen consigo bellos arcoíris.
Lino frunció el ceño. —Pero Viento, a veces las emociones me hacen sentir pequeño y asustado. No sé cómo manejarlas.
—Vamos a jugar un juego —sugirió el Viento, soplando suavemente. —Escucha las melodías de tus sentimientos, como si fueran notas en una partitura. Cada una tiene una historia que contar.
Intrigado, Lino cerró los ojos y dejó que el Viento le ayudara a escuchar. Primero, sintió el zumbido de la Llama de la Rabia. Era cálida y chisporroteante, pero Lino decidió hablarles.
—Hola, Llama. ¿Por qué llegas a mí tan fuerte?
—Porque, Lino, a veces quiero que te defiendas. No debes quedarte callado —respondió la Llama, dibujando chispas en el aire.
Luego, el suave murmullos de la Lluvia de la Tristeza hizo su aparición. —Aquí estoy, Lino. También siento que necesitas dejarme entrar para hacer espacio a la Luz de la Alegría.
Lino empezó a conectar con cada emoción como si fueran amigos que necesitaban ser escuchados. Hablar con ellos suavizó su corazón, y de pronto, el nudo en su estómago comenzó a soltar.
—¿Ves, querido amigo? —dijo el Viento—. Cada emoción tiene su lugar. Conocerte es parte de crecer. No hay nada de malo en ser sensible. De hecho, tu sensibilidad es un poderoso regalo.
Lino sonrió, sintiendo el aire fresco acariciar su rostro. Con cada conversación, comenzó a entender que podía aceptar sus emociones sin temor. En lugar de huir de ellas, podía invitarlas a su corazón e incluso jugar con ellas. Aprendió que cada sensación tenía una esencia especial y que podían convivir en armonía.
Finalmente, cuando el día llegó a su fin, Lino miró al Viento y dijo: —¡Gracias! Ahora comprendo que mis sentimientos son como colores en un lienzo.
El Viento lo abrazó suavemente. —Siempre estaré aquí, susurrándote. Recuerda, eres un valiente explorador de las emociones. Con cada susurro, cultivamos empatía y amor por nosotros mismos.
Así, Lino regresó a casa con un nuevo brillo en su corazón. A partir de ese día, se convirtió en un animado defensor de sus propias emociones en Emotilandia, sabiendo que su sensibilidad no era un obstáculo, sino su superpoder.
Y así, en el corazón sensible de Lino, florecieron arcoíris de sentimientos, mientras el Viento seguía susurrándole secretos mágicos.
Reflexión final:
¿En qué momento de tu día sientes que tus emociones están cantando y pidiendo ser escuchadas?
#cuento terapéutico sobre la sensibilidad