Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de cerros y ríos, una niña llamada Lía. Lía era curiosa y le gustaba explorar, pero a veces no prestaba atención a lo que la rodeaba. Cuando estaba jugando, a menudo corría sin mirar, pisando flores y ramas sin querer. Los árboles del bosque cercano gemían suavemente al ver cómo la alegría de Lía no les dejaba escuchar su voz.
Un día, mientras jugaba, Lía escuchó un susurro suave y melodioso. Era el viento, pero no solo el viento. Eran también los árboles. «Ven con nosotros», decían en un murmullo cálido. Intrigada, Lía se adentró en el bosque encantado, un lugar donde los árboles eran gigantes y sus hojas brillaban como joyas.
Al llegar al corazón del bosque, encontró un claro donde las ramas formaban un enrejado mágico. Allí conoció a un viejo roble llamado Sabio, quien tenía una voz profunda y sabia. «Hola, pequeña Lía», dijo Sabio. «He estado observándote. Sientes mucha alegría, pero debes aprender a escuchar nuestro susurro. Respetar la tierra es también cuidar de ti misma.»
Lía, intrigada, escuchó atentamente. “¿Por qué es tan importante?”, preguntó con inocencia. En ese momento, aparecieron sus amigos del bosque: la Luz de la Comprensión, el Hada del Silencio y el Guardián del Respeto. Cada uno representaba emociones y aspectos esenciales que Lía necesitaba conocer.
La Luz de la Comprensión brilló suavemente y dijo: “Cuando no prestas atención, a veces te sientes sola y perdida, aunque estés rodeada de belleza.” El Hada del Silencio, con su voz suave como el murmullo del arroyo, añadió: “El silencio nos ayuda a escuchar lo que sentimos y lo que nos rodea.” Y el Guardián del Respeto, firme y amable, explicó: “Respetar a la naturaleza es como cuidar de un amigo: les das cariño y ellos te devuelven alegría.”
Lía sintió un nudo en su corazón, como si estuviera despertando a un nuevo entendimiento. Jugar era maravilloso, pero a veces olvidaba ver lo que la tierra le ofrecía. Para sentirse mejor, decidió intentar escuchar más y mirar alrededor.
Juntos, comenzaron un juego mágico en el que Lía debía cerrar los ojos y buscar a sus amigos solo usando su sentido del tacto y su intuición. A través del juego, aprendió a percibir las vibraciones de la tierra y los pequeños latidos de la naturaleza. Cada vez que respetaba una flor o un pequeño insecto, el brillo del bosque crecía y todo se llenaba de risas.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Sabio le dijo: “Cada vez que estés en el bosque, recuerda que también eres parte de él. Escucha sus susurros y dale amor. Así como tú te sientes feliz, la tierra también lo estará.”
Lía volvió a casa con una sonrisa y una nueva emoción en su corazón. Durante días, se convirtió en una guardiana del bosque, cuidando las flores y protegiendo a los pequeños seres. Aprendió que la alegría se multiplicaba cuando compartía su amor con la naturaleza.
Y así, cada vez que sentía el deseo de correr y jugar sin mirar, recordaba el susurro de los árboles y el brillo de sus amigos. Se tomaba un momento para respirar, escuchar y ser parte de la tierra.
Reflexión final
En el bosque encantado, Lía había encontrado una nueva forma de jugar. Aprendió que al respetar el entorno, también cuidaba de sí misma. Como un susurro suave que se repetía en su corazón, el bosque siempre estaba allí, listo para hablarle.
Y tú, querido lector, ¿qué susurros crees que te dice la naturaleza cuando la escuchas con el corazón abierto?
#cuento terapéutico sobre el respeto por el entorno