El Jardín de Todos los Colores
En un rincón mágico del mundo, había un jardín especial llamado El Jardín de Todos los Colores. Este jardín no era como los demás, porque sus flores podían hablar y cada una de ellas representaba una emoción diferente. En este jardín vivía un pequeño dragón llamado Damián, que tenía un corazón muy grande pero que a veces se sentía muy pequeño.
Damián era un dragón de color verde esmeralda, y su sueño era volar alto, tan alto como las nubes. Sin embargo, había algo que le frenaba: aunque su corazón era valiente, Damián no sabía cómo hacer amigos. A menudo, se sentía triste y solo.
Un día, mientras paseaba por el jardín, se encontró con la Flor de la Alegría. Era una flor radiante de color amarillo brillante que brillaba como el sol. «¡Hola, Damián!» dijo la flor con una sonrisa. «¿Por qué tan pensativo?»
Damián suspiró: «Quisiera jugar con los demás, pero no sé cómo acercarme. Temo que no me quieran.»
La Flor de la Alegría hizo una pausa y le respondió: «A veces, lo más valioso que podemos hacer es ser nosotros mismos. Pero debes descubrir cómo lo sientes en tu corazón».
Entonces, decidió caminar más lejos en el jardín hasta llegar a la Flor de la Tristeza, que era de un profundo azul. «Hola, Damián», dijo la flor suavemente. «Entiendo lo que sientes. A veces, es bueno estar triste, porque eso nos ayuda a abrir nuestro corazón».
La Flor de la Tristeza le dio un consejo: «Escribe tus sentimientos en una hoja de papel y luego déjala volar con el viento. Así, los demás podrán sentir lo que llevas dentro».
Damián tomó una hoja y empezó a escribir. Escribió sobre su miedo a ser rechazado, su deseo de volar y su anhelo de tener amigos. Cuando terminó, dejó que el viento se llevara su hoja y, en ese mismo momento, comenzó a sentir un ligero alivio en su corazón.
Más tarde, se encontró con la Flor de la Confusión, que tenía colores que cambiaban como un arcoíris. «A veces, sentir confusión es normal», dijo la flor. «Pero recuerda, aunque no entiendas todo ahora, el jardín está lleno de colores, y tú también puedes encontrar el tuyo».
Esa noche, mientras Damián miraba las estrellas, una suave brisa acarició su cara. Sintió que todo en el jardín estaba conectado de alguna manera. Así que decidió hacer algo valiente: «¿Quieres jugar, amigos?» gritó, con la voz un poco más alta que antes.
Poco a poco, las otras flores comenzaron a salir de sus capullos. La Flor de la Alegría, la Flor de la Tristeza y la Flor de la Confusión se unieron, y antes de que Damián se diera cuenta, ¡todo el jardín estaba bailando! En ese momento comprendió que cada emoción tenía su propio color, y todos juntos formaban el hermoso Jardín de Todos los Colores.
Desde entonces, Damián ya no se sintió pequeño. Había aprendido que sus emociones eran parte de quién era, y que al compartirlas, podía hacer florecer la amistad a su alrededor. Con el tiempo, se convirtió en el dragón más querido del jardín.
Y así, Damián aprendió que, aunque a veces los colores de nuestras emociones pueden parecer complicados, cada uno tiene un papel especial y todos pueden compartir su belleza en el jardín de la vida.
Por último, mientras las estrellas parpadeaban, Damián sonrió y se preguntó: «¿Qué colores de mis emociones puedo compartir hoy?»
Y así, el Jardín de Todos los Colores siguió floreciendo, lleno de risas y amistad, un recordatorio de que todos tenemos un lugar en el corazón de los demás.
#cuento terapéutico sobre la inclusión