El Jardín de los Susurros: Donde Crecen los Deseos

Había una vez en un rincón del mundo un niño llamado Leo. Leo era un niño curioso y lleno de sueños, pero a veces se sentía como si hubiera una nube oscura en su corazón. Aunque le gustaba jugar con sus amigos, había momentos en que no comprendía cómo expresar lo que realmente necesitaba. Y eso le hacía sentir triste.

Un día, mientras paseaba por un camino cubierto de flores brillantes, Leo encontró una puerta pequeña y misteriosa. Llevaba años allí, cubierta de hiedra. Decidido a explorar, Leo empujó la puerta y entró en el Jardín de los Susurros, un lugar mágico donde los deseos crecían como flores.

El jardín estaba lleno de árboles de colores vibrantes, cada uno con hojas que susurraban suavemente. Un árbol en particular, el Árbol de la Empatía, tenía hojas en forma de corazones que danzaban al viento. Susurraban: «¡Estamos aquí para escucharte, Leo!».

Leo se acercó al árbol y le explicó cómo a veces se sentía confundido y triste, y que deseaba poder compartir sus secretos y necesidades. El árbol le sonrió y su tronco brilló como el oro. «En este jardín hay muchos amigos que pueden ayudarte. Vamos a buscar al Hada del Silencio».

A medida que caminaban, Leo se encontró con el Monstruo del Miedo, que era grande y peludo. A pesar de su apariencia temible, sus ojos mostraban tristeza. “Hola, Leo”, dijo el monstruo con voz temerosa. “A veces, la gente no me comprende y se aleja. ¿Por qué no me cuentas cómo te sientes?”

Sorprendido, Leo comenzó a hablar sobre sus miedos, como el miedo a ser rechazado o a no ser escuchado. Al confesar sus sentimientos, el Monstruo del Miedo disminuyó de tamaño y se volvió más amigable. Leo se dio cuenta de que su miedo era una parte de él, pero no lo definía.

Finalmente, llegaron al claro donde el Hada del Silencio residía. Ella era pequeña, con alas plateadas que brillaban como la luna. “Leo, ¿qué deseas aprender hoy?” preguntó el hada.

Queriendo expresar sus necesidades, Leo respondió: “Deseo aprender cómo compartir mis sentimientos sin sentirme mal por ellos”.

El hada sonrió y le ofreció una pequeña bolsa llena de polvos de estrellas. «Cada vez que quieras compartir tus sentimientos, aspira el aire hondo y esparce un poco de este polvo. Te ayudará a encontrar las palabras y a sentirte ligero».

Leo lo probó y sintió como los colores del jardín se intensificaron. Ahora comprendía que sus deseos y sentimientos eran flores que necesitaban espacio para crecer.

Al despedirse de sus nuevos amigos, Leo salió del Jardín de los Susurros sintiéndose ligero, como si una brisa suave lo acariciara. Había aprendido que expresar lo que sentía era tan importante como tener un sueño.

Al llegar a casa, se sentó con su madre y le dijo, «Hoy aprendí a hablar sobre mis sentimientos, y eso me hace sentir fuerte». Ella sonrió, y Leo supo que a partir de ese día podría pedir ayuda cada vez que lo necesitará.

Y así, en el Jardín de los Susurros, Leo descubrió que cada deseo, por pequeño que fuera, era un susurro que merecía ser escuchado.

Reflexión final

Ahora, querido lector, cuando pienses en tus sueños y deseos, recuerda que también son importantes. ¿Te atreverías a compartir uno de ellos con alguien?

#cuento terapéutico sobre la expresión de necesidades

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