El Jardín de los Sueños y los Muros de Luz

Había una vez, en un rincón mágico del mundo, un Jardín de los Sueños. Este jardín era un lugar vibrante y colorido, donde brotaban flores que podían susurrar secretos, árboles que contaban historias y un cielo que cambiaba de color con cada sentimiento que se despertaba en quienes lo visitaban.

En este jardín vivía un pequeño ser llamado Luno, un niño de suaves cabellos dorados como el sol. A Luno le encantaba jugar entre las flores, pero había algo que lo hacía sentir incómodo. A veces, cuando querían jugar con él, sus amigos se acercaban demasiado, haciéndolo sentir como si sus sueños estuvieran a punto de desvanecerse.

Un día, mientras jugaba, Luno se encontró con un hermoso muro de luz que rodeaba una parte del jardín. Era un muro brillante, que emitía colores suaves y cálidos. «¿Qué hay detrás de este muro?», se preguntó. Pero no se atrevió a acercarse, pues sentía que no debía cruzar sus límites.

Entonces, apareció un personaje maravilloso: la Mariposa de los Sueños. Tenía alas que relucían con los colores del arcoíris. «Hola, Luno», dijo con una voz suave. «¿Por qué miras el muro en vez de disfrutar del jardín?»

«Me gusta mucho el jardín, pero a veces mis amigos no entienden que necesito mi espacio», respondió Luno, bajando la mirada.

La Mariposa sonrió y, acercándose a él, le dijo: «En este jardín, cada sentimiento y cada deseo tiene su lugar. Debemos aprender a cuidar nuestros sueños y también los de los demás. ¿Sabes cómo hacerlo?»

Luno se sintió curioso. «No, ¿cómo puedo hacerlo?»

«Vamos a jugar», propuso la Mariposa. «Imaginemos que el muro de luz es un espejo que refleja tus pensamientos. Cuando desees que alguien se acerque, puedes mover el espejo hacia ellos; pero si sientes que necesitas un poco de espacio, solo debes cerrarlo con una suave ola de tus manos».

Luno asintió, sintiendo que comprendía lo que la Mariposa le decía. Comenzaron a jugar, y con cada intento de mover el muro, Luno se dio cuenta de que podía marcar la distancia que necesitaba.

Cuando Luno se sintió abrumado por las presiones de sus amigos, simplemente cerraba el muro, y al hacerlo, respiraba hondo y pensaba en lo que realmente sentía. «A veces, necesito tiempo para soñar, y está bien», reflexionaba.

Los días pasaron, y Luno siguió practicando el juego del muro de luz. Un día, se acercó a sus amigos y les habló de sus sentimientos. Les explicó cómo el muro lo ayudaba a sentirse seguro y cómodo. Con el tiempo, los amigos de Luno aprendieron a respetar esos momentos y, juntos, crearon un espacio donde todos podían compartir sus sueños sin dejar de cuidar sus propios muros de luz.

El Jardín de los Sueños floreció aún más. Luno se sintió en paz, y su risa resonaba alegremente mientras jugaba, compartiendo sus sueños y su espacio de una manera que nunca había imaginado.

Y así, Luno aprendió que cuidar de su jardín interno y establecer límites era parte de ser un amigo. Y que, al hacerlo, los lazos se fortalecían.

Moraleja implícita: A veces, nuestros límites son puertas que nos ayudan a crecer en un jardín lleno de sueños compartidos.

Ahora, querido amigo, cuando pienses en tus propios sueños, ¿sabes cómo cuidar de ellos y de ti mismo?

#cuento terapéutico sobre los límites personales

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