Había una vez, en un rincón mágico del mundo, un lugar llamado el Jardín de las Voces. Allí, cada planta y flor florecía con los susurros del corazón de quienes lo visitaban. A medida que los días pasaban, el jardín vibraba con las historias y emociones de todos los que entraban en él.
El protagonista de nuestra historia es Lía, una niña curiosa y llena de vida, que sentía cosas muy intensas en su corazón. A veces, esos sentimientos eran como flores hermosas, llenas de color; pero otras, eran como espinas que pinchaban y hacían que se sintiera triste o enojada. Aunque Lía quería compartir lo que sentía, a menudo se sentía sola y sin palabras para expresarlo.
Un día, mientras exploraba el jardín, Lía se encontró con un pequeño Hada de los Susurros. Este hada era diminuta y brillaba con una luz suave, y le dijo:
—¡Hola, Lía! Bienvenida al Jardín de las Voces. Aquí, cada susurro tiene un lugar especial. ¿Te gustaría escuchar lo que las flores tienen que decirte?
Lía, sorprendida, asintió. Juntas, caminaron entre las plantas, y cada flor empezó a contarle una historia. Había rosas que hablaban del amor y la alegría, y lilas que compartían sus secretos del miedo y la tristeza. A Lía le encantó escuchar, pero se dio cuenta de que tenía un nudo en el estómago, como si algunas historias no pudieran salir de su boca.
El Hada de los Susurros la miró con ternura y dijo:
—A veces, lo que sentimos puede ser difícil de expresar. Pero aquí, en el jardín, hay un lugar para cada sensación. ¿Qué te gustaría susurrar hoy?
Lía miró a su alrededor y vio una flor marchita en la esquina del jardín. Se acercó y le susurró al oído:
—Me siento triste y no sé por qué. A veces, siento que debo ser feliz, pero también quiero llorar.
Entonces, la flor marchita comenzó a brillar. Con cada palabra que Lía decía, sus hojas se teñían de un hermoso color violeta. De repente, un suave viento sacudió el jardín, y un grupo de flores comenzó a cantar:
—¡No temas lo que sientas! ¡Cada emoción es importante! Si escuchas tu corazón, crecerás como una flor radiante.
Con cada susurro, Lía se sintió más ligera e inspirada. Se dio cuenta de que el miedo y la tristeza eran parte de lo que ella era, y que podía hablar de ellos sin vergüenza.
Entonces, el Hada de los Susurros le propuso un juego. Juntas, iban a plantar una nueva flor en el jardín, una que simbolizara los sentimientos de Lía. Tomaron un poco de amor, unas gotas de tristeza y un chispa de alegría, y comenzaron a sembrar. Vieron cómo, con cada emoción que compartían, la nueva flor crecía con fuerza, convirtiéndose en una variedad sorprendente que nunca habían visto.
—Esta flor —dijo el hada— será tu recordatorio de que cada emoción tiene su lugar en el Jardín de las Voces. Aprender a escuchar tu corazón es como cuidar de un jardín: se necesita tiempo y paciencia.
Agradecida y con el corazón lleno de luz, Lía se despidió del jardín, sabiendo que ahora tenía las herramientas para expresar lo que sentía.
Desde ese día, cada vez que Lía sentía algo difícil de describir, recordaba su visita al Jardín de las Voces. En lugar de guardarlo para sí misma, se sentaba en un rincón tranquilo y hablaba con sus flores imaginarias, dejando que sus susurros florecieran.
Y así, en el Jardín de las Voces, donde florecen los Susurros del Corazón, Lía aprendió que las verdaderas conexiones comienzan cuando escuchamos lo que hay en nuestro interior y lo compartimos con valientes palabras.
Moraleja implícita: Cada sentimiento tiene su razón de ser y merece ser escuchado.
Y tú, ¿qué susurros tiene tu corazón hoy?
#cuento terapéutico sobre la escucha empática