Título: El jardín de las flores que aprendieron a ser únicas
Érase una vez, en un rincón mágico del mundo, un jardín espléndido llamado El Jardín de las Flores Únicas. Este jardín no era como cualquier otro; en él crecían flores de todos los colores, formas y tamaños, cada una con su propia melodía y su propia historia que contar.
Una de estas flores se llamaba Lila. Lila era una hermosa flor violetas, pero siempre había algo que le preocupaba: veía a otras flores que eran más grandes, más brillantes o con olores más dulces. Cada vez que pasaba junto a ellas, sentía que sus pétalos se encogían un poco. «Si solo fuera como esa rosa roja o esa girasol gigante, ¡cuánto más podría brillar!» pensaba Lila mientras se ocultaba tras una hoja.
Un día, mientras Lila se sentaba sola, apareció el Hada de la Singularidad, una pequeña criatura cubierta de destellos dorados que giraban como estrellas. El hada, con su suave voz, le dijo a Lila: «¿Por qué escondes tu hermoso color? Cada flor aquí tiene algo único que ofrecer, al igual que tú.»
Lila, un poco confundida, contestó: «Pero hay flores que son más grandes y más hermosas que yo. Siempre quiero ser como ellas.»
El Hada de la Singularidad se sentó a su lado y, tras un momento de silencio, sugirió: «¿Te gustaría jugar un juego para descubrir tu propia belleza?»
Con un brillo de curiosidad en sus ojos, Lila asintió. El hada le pidió que cerrara los ojos y respirara hondo. Mientras lo hacía, comenzó a imaginarse viajando por el jardín, viendo cómo los rayos del sol acariciaban a cada flor.
«Ahora, imagina que cada flor tiene su propio canto», dijo el Hada. «Tu canto es especial. ¿Puedes escucharlo?»
Lila se concentró y, para su sorpresa, comenzó a oír un suave murmullo: “Soy única, hermosa como soy. No necesito brillar como otras. Mi color es mi voz, y mi olor, mi risa”. Cada palabra resonaba dentro de ella, y Lila sintió como si sus raíces se fortalecieran.
Después de jugar y explorar sus sentimientos, Lila abrió los ojos con una nueva luz. «Me doy cuenta de que mis diferencias son mis superpoderes,» exclamó. El Hada sonrió, satisfecha. “¿Ves? Ser única no significa ser menos; significa ser tú misma”.
Días después, Lila empezó a compartir su melodía con las otras flores. Un día, mientras el viento susurraba entre sus pétalos, Lila se dio cuenta de algo maravilloso: las demás flores también tenían melodías diferentes que resonaban en el jardín. La rosa roja cantaba sobre el amor y la amistad, el girasol gigante traía ritmos alegres, y la margarita con sus miles de pétalos contaba historias de alegría y esperanza.
Lila entendió que cada flor era especial a su manera y que estaba bien ser diferente. Desde ese día, Lila floreció más que nunca, y el jardín se llenó de armonía, tal como cada flor lo expresaba a su modo.
Y así, en el Jardín de las Flores Únicas, todas aprendieron a celebrar sus diferencias, convirtiéndose en un hermoso arcoíris de emociones y singularidades.
Cierre esperanzador:
Así, Lila y sus amigas flores descubrieron que ser únicas era la clave para florecer juntas en el jardín. Cada una con su canto, su color y su historia.
Y tú, querido lector, ¿qué te hace único y especial en tu propio jardín?
#cuento terapéutico sobre la comparación con otros