Había una vez, en un lugar muy especial, un pequeño Jardín de las Estrellas. Este jardín no estaba lleno de plantas comunes, sino de estrellas brillantes que florecían en colores vivos: azules, rosadas, doradas. En el centro del jardín, vivía un niño llamado Leo.
Leo era un niño alegre y lleno de curiosidad, pero a veces se sentía un poco confuso. Sentía en su corazón emociones como el miedo, la alegría, la tristeza y, sobre todo, la rabia. Cada vez que algo no salía como él quería, la rabia empezaba a quemar dentro de él, como una llama saltando de aquí para allá.
Un día, mientras jugaba en el jardín, se encontró con una estrella de color dorado que le habló.
—Hola, Leo, soy Estela, el Hada del Corazón. He estado observándote. Veo que a veces la rabia hace que sientas que es difícil seguir las reglas de tu corazón.
Leo bajó la mirada. Sabía que a veces se olvidaba de ser amable, especialmente cuando estaba enojado.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó, sintiéndose algo perdido.
—Ven, te enseñaré algo especial —respondió Estela, extendiendo su mano y llevándolo hacia un rincón escondido del jardín. Allí había un claro lleno de piedras brillantes que representaban las Regulas del Corazón.
—Cada piedra tiene un significado —explicó Estela mientras señalaba las piedras como si fueran estrellas en el cielo. La primera piedra, de un azul profundo, decía «Escucha». La segunda, de un verde suave, decía «Expresa tus sentimientos». Y la tercera, de un violeta brillante, decía «Sé amable con los demás».
Leo observó cada piedra con atención.
—Pero, Estela, ¿cómo puedo recordar estas reglas cuando estoy enojado?
Estela sonrió y sacó una pequeña cinta de colores.
—Imagina que esta cinta es un puente entre tus emociones y tu corazón. Cuando sientas que la rabia empieza a crecer, unta un poco de aire fresco de tu jardín en tu cara y cierra los ojos. Recuerda las piedras y deja que su luz ilumine tu corazón.
Leo probó esto al instante. Cerró los ojos, tomó un profundo respiro y, en lugar de dejar que la rabia se apoderara de él, se concentró en el brillo de la piedra azul y pensó en escuchar primero, en lugar de gritar.
Poco a poco, sus emociones se volvieron un poco más suaves. La próxima vez que algo no salía como él quería, recordó su cinta y las piedras. Este nuevo juego lo ayudó a pausar, a reflexionar y a hablar con amabilidad.
En su camino aprendió que cada regla era una luz que guiaba a su corazón. Aprendió que estaba bien sentir la rabia, pero que podía elegir cómo expresarla. Con el tiempo, empezaron a brotar nuevas estrellas en el jardín, cada una representando un momento en el que Leo había aplicado las reglas del corazón.
Al final de su aventura, Estela le dio un abrazo suave.
—Recuerda, Leo, cada estrella brilla por dentro. Siempre que sientas el fuego de la rabia, conoce que tienes el poder de elegir, de escuchar y de ser amable.
Leo sonrió, sintiéndose más ligero y lleno de luz. Sabía que el Jardín de las Estrellas siempre estaría allí, listo para recordarle cómo brillar con el amor en su corazón.
Y así, Leo aprendió que las reglas del corazón lo guiaban a conocer su mundo interno y a compartirlo con los demás.
FIN
Ahora, querido lector, ¿cuál es la regla de tu corazón que te gustaría recordar cuando te sientas un poco perdido?
#cuento terapéutico sobre la comprensión de reglas