En un lejano rincón del universo, existía un pequeño y mágico planeta llamado Luniara. Este lugar estaba cubierto de suaves campos de flores luminosas y rodeado de nubes esponjosas que parecían algodones de azúcar. En Luniara, cada estrella en el cielo era la custodia de un jardín especial, y entre ellos se alzaba el Jardín de las Estrellas Gemelas.
En este jardín vivía un pequeño ser llamado Tilo, una simpática luciérnaga que tenía dos destellos en su pancita, lo que lo hacía brillar de forma especial. Tilo era curioso y juguetón, pero tenía un pequeño problema. A menudo, se sentía triste porque le costaba entender a los otros habitantes del jardín. A veces, no escuchaba a sus amigos y eso provocaba que se sintieran heridos.
Un día, mientras exploraba el Jardín de las Estrellas Gemelas, Tilo conoció a dos criaturas mágicas: la Mariposa de los Sentimientos y el Gato de la Empatía. La Mariposa era colorida y bella, y sus alas soñadoras reflejaban el arcoíris de emociones, mientras que el Gato tenía un suave pelaje que cambiaba de color según cómo se sentía.
—Hola, Tilo —saludó la Mariposa—. ¿Sabes que tu luz brilla más cuando entiendes a tus amigos?
Tilo parpadeó, confundido.
—¿Cómo puedo hacer eso? —preguntó.
El Gato de la Empatía se acercó.
—Vamos a jugar un juego, Tilo. Se llama «Los Espejos de Emoción». Aquí, cada vez que sientas algo, trata de decirlo en voz alta. Así tus amigos podrán ver lo que llevas dentro. Y tú, a su vez, podrás ver lo que ellos sienten.
Intrigado, Tilo asintió. Mientras continuaban jugando, la Mariposa le mostró a Tilo cómo sus amigos a veces se sentían tristes porque no se escuchaban. Tilo vio que cuando él iluminaba a sus amigos con su luz, podían expresar sus emociones y compartir sus pensamientos. Juntos, crearon un rincón del jardín donde cada estrella gemela podía expresar lo que sentía: alegría, miedo, tristeza y, sobre todo, amor.
Día tras día, Tilo y sus amigos comenzaron a hablar sobre lo que les pasaba. El jardín se iluminó con tantas voces, y Tilo sintió que su luz brillaba con más fuerza que nunca. Aprendió que cada emoción era como una flor, y todas juntas hacían del Jardín de las Estrellas Gemelas un lugar especial.
Finalmente, un día, Tilo se dio cuenta de que no solo él podía brillar, sino que cada ser en el jardín también tenía su propia luz. Comprendió que se podían ayudar mutuamente a brillar aún más.
Con una sonrisa en su rostro iluminado, Tilo miró a sus amigos y les dijo: —¡Gracias por mostrarme cómo crecer juntos y ser más felices!
Y así, el Jardín de las Estrellas Gemelas llenó el universo con su luz. Tilo no solo había aprendido a escuchar, sino también a entender que cada emoción tiene su lugar y su importancia, y que cada amigo era una estrella que contribuía a hacer su mundo brillante.
Cierre:
Mientras el sol se ponía sobre el Jardín de las Estrellas Gemelas, Tilo miró al cielo y vio cómo las estrellas se reflejaban en los corazones de sus amigos. Cerró los ojos y dejó escapar un susurro suave.
—¿Qué luces brillas hoy en tu corazón?
Y así, el Jardín prosperó, lleno de amor, luz y comprensión, y cada día se celebraba la belleza de ser diferentes y a la vez iguales.
#cuento terapéutico sobre la igualdad