Había una vez, en un rincón muy especial del mundo, un bosque encantado llamado el Bosque de los Abrazos. Este bosque era único, no solo por sus árboles de colores brillantes que parecían hablar cuando el viento soplaba, sino porque tenía un poder especial: podía enseñar a quienes se aventuraban en él el verdadero significado de la amistad.
En este bosque vivía una pequeña criatura llamada Lila, un duendecillo de grandes ojos curiosos y un corazón lleno de sueños. Lila siempre deseaba tener muchos amigos, pero cada vez que intentaba acercarse a otros duendes, sentía un nudo en su estómago. Pensaba que tal vez no era lo suficientemente bonita o divertida, y así se quedaba sola, atrapada en sus pensamientos oscuros como sombras en la noche.
Un día, mientras exploraba una parte del bosque donde nunca había estado, Lila escuchó una suave melodía que provenía de un claro iluminado por luces brillantes. Intrigada, se acercó y encontró un círculo de duendes vecinos riendo y divirtiéndose. Pero, aunque quería unirse a ellos, el miedo y la inseguridad la detuvieron.
De repente, apareció una figura resplandeciente: era el Hada de la Confianza. Con un suave toque de su varita, les dijo a todos los duendes que lo más importante en la amistad era ser uno mismo. El Hada sonrió a Lila y le preguntó, “¿Por qué no te unes a ellos, pequeña?”
Lila tartamudeó, “Pero, no soy como los demás…”.
El Hada de la Confianza le respondió: “Cada uno de ustedes es único y especial. Eso es lo que hace cada amistad así de hermosa.” Y con esas palabras, Lila sintió que el nudo en su estómago comenzaba a deshacerse.
Junto al Hada, Lila aprendió a jugar un juego llamado "El Abrazo de los Sentimientos", donde todos compartían sus emociones antes de entrar al juego. Mientras los duendes hablaban sobre lo que sentían —alegría, tristeza, miedo— se dieron cuenta de que todos tenían algo en común y que cada emoción era un color en el hermoso arcoíris de la amistad.
El día terminó con risas y abrazos reconfortantes. Lila se dio cuenta de que ser auténtica y compartir sus sentimientos la había acercado a los demás. No era perfecto, pero así como los árboles del bosque, cada uno tenía sus ramas y hojas diferentes, y eso era lo que los hacía únicos.
Cuando Lila se despidió del Bosque de los Abrazos, se sentía diferente. Había aprendido que la verdadera amistad no era solo jugar, sino también abrirse y ser valiente, aunque a veces eso pudiera dar un poco de miedo.
Desde ese día, Lila regresaba al bosque cada vez que necesitaba recordar lo que había aprendido. Y siempre que veía a un nuevo duende asustado o solo, ya no dudaba en acercarse y ofrecer un abrazo cálido, sabiendo que cada amistad empieza con un pequeño gesto de amor.
El Bosque de los Abrazos siguió floreciendo, y Lila creció rodeada de amistades sinceras, recordando que compartir sus emociones siempre sería la clave para acercarse a los corazones de los demás.
¿Y tú, querido(a) lector(a)? ¿Qué emociones te gustaría compartir para hacer nuevos amigos en tu propio bosque?
#cuento terapéutico sobre la amistad