El Abrazo de las Estrellas y el Susurro del Viento

En un rincón lejano del universo, había un planeta llamado Luminaria, donde las estrellas eran más que luces en el cielo; eran los amigos de todos. Cada noche, llenaban el firmamento con sus abrazos, contando historias a los que escuchaban. Sin embargo, también había un viento especial que jugaba entre los árboles, llevando susurra que a veces traían confusión y tristeza.

En Luminaria vivía una niña llamada Lúa. Lúa tenía el cabello como hilos de plata y ojos que brillaban como las estrellas. Pero a veces, el viento la hacía sentir desanulada y confundida. No sabía cómo expresar lo que sentía, así que solía esconder sus emociones bajo su dulce sonrisa, pensando que así todo estaría bien.

Una noche, mientras Lúa miraba al cielo, un susurro del viento le llegó suavemente: «Lúa, ¿por qué ocultas tus verdaderos sentimientos?». Era el Susurro del Viento, un ser amable que conocía las emociones de todos en Luminaria.

“Me asusta mostrar mis sentimientos”, respondió Lúa, con la voz temblorosa. “No quiero que los demás se preocupen por mí.”

El Susurro del Viento la llevó a un lugar mágico, donde las estrellas se movían y danzaban. Allí, Lúa vio un grupo de estrellas que brillaban con diferentes intensidades. Algunas eran muy brillantes y alegres, mientras que otras parpadeaban suavemente, como si estuvieran llenas de tristeza.

“Cada estrella tiene su propia historia”, explicó el viento, “y cada emoción es parte de ti. Es importante compartirlas”.

Lúa, intrigada, se acercó a la estrella más tenue. “¿Por qué eres tan apagada?”, preguntó.

“Soy la Estrella de la Tristeza”, dijo con voz suave. “A veces, la tristeza es como una nube que me cubre. Pero si alguien me abraza y me escucha, brilló de nuevo.”

En ese instante, Lúa sintió que los nudos en su pecho comenzaban a deshacerse. La estrella le sonrió, y Lúa se dio cuenta de que también podía compartir su tristeza con quienes le rodeaban.

“Si uno no se siente bien, está bien decirlo”, continuó el viento. “Las emociones pueden ser abrumadoras, pero cuando las compartes, se vuelven más ligeras”.

Inspirada, Lúa cerró los ojos y se dejó llevar por la melodía del viento. Al ritmo de su canto, empezó a recordar los momentos en que realmente necesitaba hablar: cuando se sentía sola, cuando las cosas no salían como quería.

Justo cuando estaba a punto de decirlo todo, las estrellas la rodearon en un cálido abrazo. Con cada abrazo, Lúa comenzó a entender la fuerza del vínculo afectivo: su corazón se abría y las nubes de la confusión se disipaban. Sintiéndose más ligera, se atrevió a compartir sus sentimientos.

Regresó a casa con una nueva claridad en su corazón y el Susurro del Viento a su lado. A partir de esa noche, Lúa comenzó a hablar sobre lo que sentía. A veces se sentía alegre como las estrellas brillantes, y a veces una pequeña nube de tristeza pasaba por su lado. Pero ahora sabía que no estaba sola; siempre había un abrazo de estrellas y el susurro de su amigo el viento esperando para escucharla.

Y así, Lúa aprendió a brillar desde dentro, compartiendo tanto las risas como las lágrimas, creando un vínculo fuerte y luminoso con aquellos que la rodeaban, conectando con cada emoción—como si cada estrella en el cielo fuera un amigo al que podía abrazar.

Al final de su viaje, Lúa miró al vasto cielo estrellado. Cada vez que sentía el viento susurrar, sonreía, recordando que sus emociones eran parte de ella y que tenía el poder de compartirlas en un mundo lleno de abrazos y conexiones.

Y justo antes de cerrar los ojos por la noche, se preguntó: “¿Cómo puedo abrazar hoy mis sentimientos y los de los que me rodean?”

Moraleja implícita: Las emociones, como las estrellas, necesitan ser compartidas para brillar plenamente.

Ahora, mientras te imaginas a ti mismo en un lugar mágico como Luminaria, ¿qué emociones te gustaría compartir con alguien especial?

#cuento terapéutico sobre el vínculo afectivo

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