Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de altas montañas y extensos prados, un niño llamado Lino. Era un niño curioso y amable, pero había una cosa que le daba mucho miedo: la oscuridad. Cuando la noche llegaba, Lino se refugiaba bajo las sábanas y cerraba los ojos con fuerzas, deseando que la oscuridad se desvaneciera.
Una noche, mientras miraba las estrellas desde su ventana, un brillo especial apareció de repente. Era una pequeña estrella fugaz que danzaba en el cielo. «¡Espero que no haya más oscuridad!», pensó Lino. Justo en ese momento, la estrella descendió y se posó suavemente en su habitación.
«Hola, Lino», dijo la estrella con una voz suave y melodiosa. «Soy Luz, la estrella guardiana de los sueños. He venido a ayudarte a ver que la oscuridad puede ser un lugar seguro y lleno de maravillas».
Lino miró a Luz y, por un instante, sintió que su miedo se desvanecía. «¿Cómo puedes ayudarme?», preguntó con un hilo de voz.
“Ven, sígueme”, respondió la estrella, y sin pensarlo dos veces, Lino se unió a su luz.
Al instante, se encontraron en un bosque encantado. Allí, los árboles estaban cubiertos de flores que brillaban como faros, y pequeñas criaturas jugaban a la luz de la luna. “Este es el Reino de las Emociones”, explicó Luz. “Aquí cada emoción tiene su propia forma”.
Mientras caminaban, se encontraron con un personaje peculiar: el Monstruo del Miedo. Tenía una apariencia temible, con ojos grandes y dientes afilados, pero su voz era suave y temblorosa. “Hola, Lino. Me han dicho que te asusto. Quiero que sepas que estoy aquí para enseñarte algo”.
Lino, con su corazón latiendo rápido, se sintió intrigado. «¿Qué puedes enseñarme?», preguntó.
“Soy lo que sientes cuando la oscuridad llega. Pero no soy solo miedo; soy la advertencia que te cuida”, dijo el Monstruo, mostrando su lado más amable. “Si hablas conmigo, quizás puedas entenderme mejor”.
“¿Cómo puedo hablar contigo?”, preguntó Lino.
“Sólo tienes que escucharme. Cuando sientas miedo, respira hondo, cuenta hasta tres y pregúntame qué necesitas”, respondió el Monstruo.
Luz, que escuchaba desde un lado, sonrió. “La oscuridad puede ser un viaje, Lino. El Monstruo necesita cariño y comprensión”.
Lino exhaló, sintiendo el aire fresco a su alrededor. «Esto no parece tan aterrador», pensó mientras miraba al Monstruo del Miedo con una mirada diferente. “Creo que puedo intentarlo”.
Así, Lino practicó cada noche. Cuando la oscuridad venía, en lugar de esconderse, respiraba hondo y hablaba con el Monstruo: “¿Qué necesitas que sepa?”.
Poco a poco, Lino se dio cuenta de que la oscuridad no era solo un lugar temido, sino un espacio donde podía soñar, crear y sentir. En sus sueños, la oscuridad se convertía en un manto acogedor adornado de luces y brillos.
Un atardecer, cuando regresó al bosque encantado, se despidió del Monstruo. “He aprendido a conocerte”, dijo. «Eres parte de mí, y ahora juntos somos más fuertes». La oscuridad ya no le daba miedo, sino que se convertía en una amiga que le ofrecía un espacio para soñar.
Luz lo miró orgullosa. “Recuerda, Lino, el camino a la luz del corazón comienza cuando dejas que la oscuridad te hable con cariño”.
Con el corazón lleno de gratitud, Lino regresó a su pueblo. Desde ese día, no temía la noche, porque sabía que incluso bajo el manto de las estrellas, siempre habría un lugar para la luz de su corazón.
Cierre
Así terminó el viaje de Lino. Y ahora tú, pequeño viajero, ¿qué harás la próxima vez que la oscuridad venga a visitarte?
#cuento terapéutico sobre el miedo a la oscuridad