Crea momentos especiales con tu hijo

🌟 Crea momentos especiales con tu hijo… sin reglas, sin prisa, solo conexión

¿Te ha pasado que a veces el día pasa tan rápido que no sabes en qué momento realmente estuviste presente con tu hijo? Aquí va una idea sencilla pero poderosa que puede fortalecer muchísimo su vínculo.

Busca un ratito tranquilo del día, ese en el que ves que tu hijo está jugando con algo que le encanta. Nada de pendientes urgentes después, ni distracciones. Solo ese momento para él o ella.

📌 Al principio, solo obsérvalo unos dos minutitos. No digas nada, no preguntes. Solo mira. Fíjate qué está haciendo, cuánto tiempo lleva, si está concentrado o simplemente disfrutando. No lo interrumpas con dudas como “¿y eso qué es?” —porque en su mente puede sonar a “mamá/papá ya viene a examinarme”.

Después de observar, empieza a hablar, pero de forma natural. No necesitas elogiar como si estuvieras en una entrega de premios. Solo haz comentarios positivos como si narraras un partido con cariño:
– “¡Ese salto te quedó buenísimo!”
– “Ahí vas, directo a la meta…”

juega con tu hijo dedicale tiempo

🎯 Lo importante aquí es disfrutar juntos. Sin corregirlo, sin decirle qué hacer. Solo estar. Al final de esos 15 o 20 minutos, dile lo mucho que te gustó compartir ese ratito con él, y que te gustaría repetirlo cada día.

🙌 Algunas claves para que funcione mejor:

  • No des órdenes ni corrijas errores. No importa si hizo trampas, si no siguió las reglas… ¡déjalo ser! La idea es que el vínculo no se base en mandatos, sino en conexión.

  • Evita las preguntas que suenan a examen. En lugar de decir “¿Por qué pintaste el pelo así?”, puedes decir con curiosidad: “¡Anda! ¿le pintaste el pelo lila, no?” Suena mucho más amable y genera confianza.

  • Elogia con el corazón, no por compromiso. No hace falta exagerar. Observa bien y elogia justo en el momento en que lo ves haciendo algo que te gusta. Así sentirá que realmente lo estás viendo.

tranquila yo te ayudo

Este tipo de momentos especiales pueden ser la base de una relación hermosa y sólida que los acompañe incluso en la adolescencia.
No tienen que ser todos los días… con dos o tres veces por semana puede ser suficiente más adelante.

Recuerda: tu hijo no necesita perfección, necesita tu presencia. Un ratito sincero contigo puede marcar su vida entera.

dedica tiempo a tus hijos

🌱 Recomendaciones para fortalecer el vínculo mientras juegan

  1. Evita mandar o corregir constantemente.
    Si tu hijo se equivoca, cambia las reglas o se “inventa” formas nuevas de jugar, no pasa nada. De hecho, lo mejor es dejar que fluya. No estás ahí para controlar el juego, sino para compartirlo. Muchos niños se cierran cuando sienten que el adulto solo quiere dirigir o corregir todo, y eso impide una conexión real.

  2. Cuidado con las preguntas que suenan a examen.
    Especialmente en niños menores de nueve años, las preguntas del tipo “¿por qué hiciste eso?” pueden sentirse como pruebas, y ellos lo perciben muy rápido. En lugar de eso, transforma las preguntas en comentarios curiosos o afirmaciones suaves. Por ejemplo, en vez de decir: “¿Por qué le pintaste el pelo lila?”, podrías decir: “¡Vaya! Le pusiste el pelo lila, ¿verdad?” Eso abre la puerta a la conversación sin ponerlo a la defensiva.

  3. Elogia con intención, no por compromiso.
    No hace falta exagerar ni celebrar todo como si fuera un logro olímpico. Observa de verdad, elige qué destacar, y hazlo justo en el momento en que sucede. Un elogio sincero y puntual tiene mucho más valor que mil palabras vacías.

💛 Estos pequeños espacios de conexión pueden ser la base de una relación cercana, sólida y duradera.
A medida que tu hijo crece, pueden hacerse con menos frecuencia, pero conservar su esencia. Dos o tres veces por semana pueden bastar para seguir alimentando ese lazo tan especial.

Cuento:

🌙 «El Ratito de los Momentos Mágicos»

Había una vez un papá llamado Mateo y su hija Luna, de cinco años. Vivían en una casa sencilla con muchas ventanas por donde se colaban los rayos del sol cada mañana. Mateo era un buen papá, de esos que aman profundamente, pero que muchas veces no se daba cuenta de lo rápido que pasaba el día.

Cada mañana, Mateo se levantaba con una lista de cosas por hacer: llamadas, correos, pendientes del trabajo, comida que preparar, y tareas del hogar. Cuando al fin caía la noche, Luna ya estaba cansada, y él también.

Una noche, mientras le leía un cuento, Luna le preguntó con voz bajita:

—¿Papá? ¿Tú hoy me viste jugar?

Mateo se quedó en silencio. Sabía que había estado en la misma casa que Luna todo el día… pero no recordaba haberla visto jugar. La había escuchado. Sabía que en algún momento se reía, que en otro se enojó con una muñeca, y que más tarde inventó algo con sus bloques… pero no había estado ahí con ella.

—¿Sabes qué, Luna? —dijo acariciándole la cabeza—. Mañana te prometo que te voy a ver jugar.


Al día siguiente, Mateo buscó el momento. No quiso hacerlo con prisa ni con el celular en la mano. Cuando vio que Luna estaba en su rincón favorito, jugando con sus soldaditos y su camión rojo, se acercó… pero no dijo nada. Se sentó a unos pasos, sin interrumpirla.

jugando con tus hijos

Durante dos minutos, solo la observó.

Vio cómo movía a los soldados por el tapete, cómo hacía voces para cada uno, cómo uno se resbalaba por la orilla del sillón. Luna estaba feliz, concentrada, en su mundo. Mateo sonrió. Era como ver una película, pero mucho mejor, porque era su hija, y porque nadie más en el mundo jugaba como ella.

Cuando pasaron esos dos minutos, Mateo comenzó a hablar.

—¡Vaya salto dio ese soldado! —dijo en tono de narrador de fútbol.
—Sí, papá, ¡mira cómo se lanza del camión! —respondió Luna riendo.

No corrigió nada. Aunque uno de los soldados estaba en el techo del microondas, aunque otro “volaba” sin alas… Mateo no dijo una palabra para cambiar su juego. Solo acompañó.

Por veinte minutos, jugaron así. Rieron, inventaron, hasta le pusieron nombre a un soldado que no tenía casco: «Capitán Despeinado».

Cuando terminaron, Mateo le dijo:

—Luna, me encantó jugar contigo. ¿Te parece si mañana también tenemos un ratito como este?

Luna lo abrazó sin decir nada.


Esa noche, Mateo le llamó «El ratito de los momentos mágicos». Y desde entonces, buscó al menos una vez al día (o a veces cada dos o tres días) tener uno de esos momentos con Luna. A veces era con muñecas, a veces con crayones, a veces solo mirando cómo ella cantaba con su cepillo de dientes como micrófono.

Mateo aprendió que no tenía que decirle a Luna cómo debía jugar.

Aprendió que no tenía que preguntarle por qué hacía lo que hacía, ni corregir si una historia no tenía sentido.

Aprendió que no se trataba de enseñar… sino de estar.

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